Son las 11 a.m. de un sábado cualquiera. Las sábanas me cubren hasta la mitad de la nariz. Mis ojos van de derecha a izquierda, espiando el horizonte de mi habitación. Incrusto mis uñas en el borde de mi colcha. No me puedo levantar. No puedo despertar, aunque ya estoy despierto. Estoy solo en mi cuarto.Solo.
El silencio se apodera del espacio. No hay más sonido que esa vibración casi imperceptible que causa el silencio. Escucho a través de mi almohada y siento el latir de mi corazón. Comienzo a dar pequeños gritos para llenar ese vacío hasta que logro escuchar algo. Es el molesto claxon de una de los muchos micros que pasan por mi residencia.
De mi cama al baño hay 10 pasos. De mi cama a la cocina, 16. Para tomar el celular debo estirar todo mi brazo. No contesto el teléfono en las mañanas. No abro la puerta de mi cuarto hasta el mediodía. No salgo a la calle solo hasta pasada la tarde.
La cortina siempre está semiabierta y deja escapar un halo de luz. El sol choca contra la pata derecha de la silla y provoca una extraña sombra en forma de puñal. Estoy solo. No como esos poseros insociables que pregonan su soledad pero ni siquiera pueden fumar un cigarro sin compañía. Tampoco como esas chicas superindependientes que dicen adorar su aislamiento, pero que siempre van hasta al baño acompañadas.
Tras casi seis largas horas de disputas conmigo mismo todos los sábados, me levanto a las 2 de la tarde. Me visto con lo primero que veo. El jean roto y sin lavar. El polo limpio y planchado. Las Vans sin plantillas. El cel para no escuchar a nadie. Un libro para que piensen que hago algo. Cigarros para no hablar. Despues de un sermón maternal por mi constante despreocupación del estudio, salgo a caminar.
Odio que el tipo de la boletería del Cinerama Pacifico siempre me pregunte si compro dos entradas. Detesto a la anfitriona del Chilli's que me sugiere una mesa para dos. Me jode, de sobremanera, cuando entro a una fiesta y me preguntan "¿has venido solo?". Me fastidia, en verdad, cuando voy a una reunión familiar y la tía Carmen me interroga sobre mi vida sentimental (¿todavía soltero?). O, peor aún, cuando el tío Hugo comienza a diseminar el rumor de o que soy insufrible o que soy maricón porque estoy solo.
Siempre hay mucha gente a mi alrededor. Amigos del colegio, del ingles, patas de barrio, mis papás, mi sobrina, mis primos, mis tías, los insufribles vecinos, la señora de la panadería, el amable cochero, los guachimanes del parque, el perro de la vecina chismosa. Pero eso no hace que esté acompañado.
De camino a casa el asiento de al lado siempre esta vacío. Cuando hago el mercado, solo escucho mi voz repasando una receta. Los fines de semana siempre almuerzo solo. Para el cine siempre es un combo uno, de una coca y una canchita. Cuando duermo, siempre abrazo mi almohada. Otra vez no sueño hasta llegar el domingo. Otra vez las sábanas cubren hasta la mitad de mi nariz.